En el hinduismo los hombres investigan el misterio divino
y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitosy con los penetrantes esfuerzos de la filosofía;
buscan la liberación de las angustias de nuestra condición,
sea mediante formas de vida ascética,
sea a través de la profunda meditación,
sea en el refugio en Dios con amor y confianza.
En el budismo, según sus varias escuelas,
se reconoce la radical insuficiencia de este mundo
mudable y se enseña un camino por el que los hombres,
con corazón devoto y confiado, se hagan capaces de adquirir
el estado de liberación perfecta o de llegar
al estado de suprema iluminación por medio de su
propio esfuerzo, o con la ayuda venida de lo alto»
(Nostra aetate, 2).
Más adelante el Concilio recuerda que «la Iglesia católica
no rechaza nada de cuanto hay de verdadero y santo
en estas religiones. Considera con sincero respeto esos
modos de obrar y de vivir, esos preceptos
y esas doctrinas que si bien en muchos puntos
difieren cree y propone,no pocas veces reflejan un destello
de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.
(Nostra aetate, 2).
Las palabras del Concilio nos llevan a la convicción,
desde hace tanto tiempo enraizada en la tradición,
de la existencia de los llamados semina Verbi
«semillas del Verbo», presentes en todas las religiones.
Consciente de eso, la Iglesia procura reconocerlos
en estas grandes tradiciones del Extremo Oriente,
para trazar, sobre el fondo de las necesidades
del mundo contemporáneo, un camino común.
JUAN PABLO II
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