lunes, 13 de septiembre de 2010

EL HIJO PRODIGO




El hijo menor dice a su padre:
«dame la parte que me toca de la herencia».
Al reclamarla, está pidiendo de alguna manera
la muerte de su padre.
Quiere ser libre, romper ataduras.
No será feliz hasta que su padre desaparezca.
El padre accede a su deseo sin decir palabra:
el hijo ha de elegir libremente su camino.
¿No es ésta la situación actual?

Muchos quieren hoy verse libres de Dios,
ser felices sin la presencia
de un Padre eterno en su horizonte.

Dios ha de desaparecer de la sociedad
y de las conciencias
Y, lo mismo que en la parábola,
el Padre guarda silencio.
Dios no coacciona a nadie.
El hijo se marcha a «un país lejano».
Necesita vivir en otro país,
lejos de su padre y de su familia.
El padre lo ve partir, pero no lo abandona;
su corazón de padre lo acompaña;
cada mañana lo estará esperando.
La sociedad moderna se aleja más y más de Dios,
de su autoridad, de su recuerdo...
¿No está Dios acompañándonos
mientras lo vamos perdiendo de vista?
Pronto se instala el hijo
en una «vida desordenada».
El término original no sugiere
sólo un desorden moral
sino una existencia insana,
desquiciada, caótica.
Al poco tiempo,
su aventura empieza
a convertirse en drama.
Sobreviene un «hambre terrible»
y sólo sobrevive cuidando cerdos
como esclavo de un extraño.
Sus palabras revelan su tragedia:
«Yo aquí me muero de hambre».
El vacío interior
y el hambre de amor pueden ser
los primeros signos de nuestra lejanía de Dios.
No es fácil el camino de la libertad.

¿Qué nos falta?
¿Qué podría llenar nuestro corazón?
Lo tenemos casi todo,
¿por qué sentimos tanta hambre?
El joven «entró dentro de sí mismo»
y, ahondando en su propio vacío,
recordó el rostro de su padre asociado
a la abundancia de pan: en casa de mi padre
«tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre».
En su interior se despierta el deseo

de una libertad nueva junto a su padre.
Reconoce su error y toma una decisión:
«Me pondré en camino y volveré a mi padre».
¿Nos pondremos en camino

hacia Dios nuestro Padre?
Muchos lo harían si conocieran a ese Dios
que, según la parábola de Jesús,
«sale corriendo al encuentro de su hijo, se le echa

al cuello y se pone a besarlo efusivamente».
Esos abrazos y besos hablan de su amor
mejor que todos los libros de teología.
Junto a él podríamos encontrar
una libertad más digna y dichosa.












José Antonio Pagola

















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